28 julio, 2017

Experiencia Raymond Fong, 27 años. Mi vida giró 180°

La primera que vez que tuve contacto con Nam-Myoho-Rengue-Kyo fue en cuarto grado de primaria en la escuela Tomas Herrera de Chitré a través de mi profesor de inglés. Ese día me encontraba en estado de ira, en una de esas rabietas en la cual uno se retuerce de odio. El profesor me llevó al final de un pasillo tranquilo y separado de los demás y me dijo que repitiera esa frase, que la repitiera allí mismo. Luego me preguntó cómo me sentía y le respondí que más tranquilo. Él no me explicó que quería decir esa frase. Sólo sembró esa semilla y yo recordaba ese incidente como un episodio de mi vida. Desde entonces no tuve más contacto con la Ley Mística.

Soy hijo único de padre y madre.  Mi padre murió cuando yo tenía 6 años. Mi adolescencia fue bien conturbada. Cuando vivíamos en Chorrera, mi madre me abandonó a los 12 años y se fue para Chiriquí. Me quedé a los cuidados de unas vecinas. Tenía donde dormir, pero necesitaba buscar mi propio sustento, así es que comencé a trabajar y continué con mis estudios. Mi conducta rebelde hizo insostenible mi permanencia en la escuela. La abandoné e ingresé a la escuela laboral nocturna. Trabajaba, me mantenía y eso me hacía sostener una actitud de no rendirle cuentas a nadie. Me sentía por encima de los muchachos de mi edad y que estaba adelantado. Pensaba que era un rebelde, pero un rebelde con causa.

Hubo una fase de mi vida en que me envicié en los videojuegos en compañía de otros muchachos y de allí escalamos al casino en donde había una máquina para jugar 21 (Black Jack). Esa situación se agravó al punto que mi economía se vio afectada.

A veces cuando intento hacer memoria de cómo fue mi vida entre los 20 y 24 años, no logro recordar mucho. Anduve envuelto en tantos vicios que ese es un capítulo un poco sombrío para mí.

Mi madre tuvo cáncer de mama y cuando vino a tratarse en la ciudad capital en el 2014 yo tenía 24 años y me ganaba la vida manejando motos. La ayudé en todo lo que pude. Había ahorrado un dinero y lo gasté todo para suplirle sus necesidades. Cuando se me acabó el dinero, ella empezó a rechazarme.

Conseguí un nuevo trabajo en la capital. Viajaba todos los días desde Rio Hato y viendo eso, mi jefe me ofreció un cuarto cuyo alquiler me descontaba de mi salario. Por esa razón me mudé a Arraiján. Ese señor que me dio esa oportunidad, sin yo saberlo, conocía a mi mamá y cumplía años un día antes que yo. Hicimos una bonita amistad. Trabajé 4 meses allí hasta que me despidieron debido a cortes en la empresa por las bajas ventas. Ese trabajo fue el medio que me permitió terminar mi bachillerato.

Después trabajé en un delivery como repartidor por seis meses, pues tuve problemas con mis compañeros. Era el único panameño y siempre me tocaban las peores tareas y una baja comisión. Un día le dije a mi jefe todo lo que pensaba y lo injustos que eran conmigo. Él sólo me respondió que siendo así, lo mejor era que lo dejara.

Sin recursos, me veo obligado a regresar a la casa de mi mamá en Rio Hato. Nuevamente comienzo esa lucha de venir a la capital a buscar trabajo. Logré conseguir uno en Multicentro, pero estaba al lado del casino. Otra vez me vi arrastrado por esa tendencia. En el empleo sobresalí por mi esfuerzo de viajar tan lejos demostrando responsabilidad, se me pagaban viáticos y una mejor posición. La situación molestó a mis compañeros y me hicieron el trabajo más difícil de lo que ya era. El estrés era grande, solo trabajaba para mi pasaje y comida. El resto se lo entregaba a mi madre, aun así, ella necesitaba más. Física y económicamente yo no podía más. Por el agotamiento físico, sumado a la situación en el restaurante, se me soplaron los ganglios debajo de la quijada. Tenía una bola en el cuello y eso me preocupó.

Agotado y sin ganas de diferir con mi mamá por sus exigencias y desconsideración decido ir a Chorrera. Renté una habitación en casa de la hermana de mi mamá. Al poco tiempo de haberme mudado tuve que abandonar el empleo en el restaurante, ya que ocurrieron irregularidades que hicieron insostenible mi permanencia. Salí por la puerta grande en buenos términos.

 

Mi tía estaba del lado de mi mama. En un diálogo sobre un incidente que sucedió con mi perro, me respondió que no tenía que darme explicaciones, ya que, esa era su casa, sumada a la inconformidad de que estaba en medio de las diferencias entre mi madre y yo, ella me tira mis cosas y me saca de su casa. 

Sin rumbo, no quise volver a casa de mi mamá, así es que me fui a pasar la noche a la terminal de transporte de Albrook. Sobreviví las siguientes semanas gracias a favores de amigos y una prima que vivía en Buena Vista, Colón.

Nuevamente regreso a la terminal de Albrook. Esta vez se me ocurrió contactar a un Rabino, conocido de mi padre, el me ayudó económicamente a pasar unos días. Encontré donde rentar y tuve que compartir un cuarto con un chico muy sombrío que exhalaba a muerto. Eso me motivó a querer salir de ese ambiente.

Luego conseguí un nuevo trabajo en un supermercado, no teníamos encargado directo, era la seguridad que nos indicaban lo que teníamos que hacer. Tuve roce con uno de ellos y tuve que dejar el trabajo.  

Logré colocarme en otro supermercado en la terminal de Albrook, mi actual trabajo. Estoy allí hace más de un año. En el proceso logré rentar un apartamento, la renta era alta y se volvió insostenible. Un día vi a mi mamá regresando de su cita médica y me derrumbé, a la siguiente semana la visité y eventualmente regresé a vivir con ella.

Llegando a trabajar, una señora me indica que fuese yo quien le empacara las compras, ella iba con otra señora mayor quien era su tía.  Cuando estábamos en el estacionamiento colocando las bolsas en el carro, ella me da una tarjeta y me dice Nam… y yo completo la frase Myoho-Ren… Kyo. Ellá me corrigió y me preguntó si ya la conocía. Le conté mi primera experiencia en Chitré. Intercambiamos teléfonos y me llamó una semana después. Así conocí a mi mamá Soka, la señora Oris Cedeño.

Comencé a frecuentar las reuniones de estudio del Distrito Crecimiento Infinito en casa de la Sra. Ruth. El primer día, estudiamos los 10 Estados de Vida. Al terminar la reunión, aproveché para preguntarle a un señor que tenía un Volvo rojo, ¿cómo salgo del infierno? Él me respondió… buena pregunta, hizo una pausa y me dijo “Nam-Myoho-Rengue-Kyo. Esa primera reunión fue estimulante. Después me enteré de que el señor del Volvo rojo es el Sr. Jorge Vargas.

Nuevamente vivía en Río Hato. Pero los martes eran como un escape, un alivio, un oasis. Así es que siempre esperaba con muchas ganas a que llegaran los martes para las reuniones. Entonaba daimoku antes de salir de casa y en el bus mentalmente. Cargaba en el bolsillo del pantalón el juzu que me obsequió la señora Oris, eso siempre me recordaba la práctica.

También tuve ayuda de mi tía Soka, la Sra. Dalys Velázquez quien me ofreció alojamiento y pequeños trabajos que me ayudaron a complementar mis ingresos. Ambas me hicieron sentir que no estaba solo y que tenía una nueva familia. Fortalecí mi autoestima y mi moral. Busqué ayuda con un psiquiatra que supo tratarme y medicarme para lidiar mejor con mi pasado y todas mis ansiedades y traumas.

Abracé con más fervor la Ley Mística y logré dejar el vicio de la bebida y del cigarrillo. Poco a poco fui equilibrando mi vida y sé que estoy en el camino de crear una base sólida para mi futuro. Comenzaré un curso de inglés en la UTP en junio. Recibí mi Gohonzon con el deseo que de aquí en adelante ésta sea mi espada para atravesar todos mis obstáculos.

Para finalizar, me gustaría compartir una orientación del presindete Ikeda: “El espíritu del Sutra del Loto y del budismo de Nichiren Daishonin es hacer todo lo que podamos para infundir valor y fortaleza a los que sufren, a los discriminados, a los oprimidos, a las personas trabajadoras y sinceras y ayudarlas a manifestar el supremo estado de la Budeidad”.

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