EL BUDISMO EN EL ARTE
Alejandro Dumas – Parte 1
Ensayo del Presidente de la SGI
Alejandro Dumas (hijo), fue un novelista y escritor francés. Nació el 24 de julio de 1802 en Villers-Cotterêsts. Su padre, Thomas Alejandro Dumas, conocido como el conde negro, fue un gran personaje de la historia militar de Francia, recordado por ser el primer general de origen mulato de su país y posteriormente, un héroe de la Revolución. El general, fue además, su inspiración para escribir dos de sus libros más conocidos: El Conde de Montecristo y Los Tres Mosqueteros.
Mis impresiones sobre grandes figuras de la historia
“Esa es la isla donde el Conde de Montecristo fue forjado por su mentor”, dije a los responsables de la División de Jóvenes de Europa, mientras oteábamos el horizonte desde una colina, en la ciudad portuaria de Marsella. Era casi la hora del mediodía, un 9 de junio de 1981. Bajo el diáfano sol del sur de Francia, veíamos recortarse a la distancia, en las aguas del Mediterráneo, el peñón de la isla de If, uno de los escenarios principales donde transcurre el Conde de Montecristo, la gran novela de Alejandro Dumas (1802-1870).
En el islote aún siguen de pie las ruinas de If, una pétrea fortaleza que, antaño sirvió para que el pueblo marsellés se defendiera de los ataques marítimos. Pero años después, el castillo fue destinado a otros usos, y se convirtió en una cárcel para presos políticos.
El protagonista de la novela Edmundo Dantés –”el conde de Montecristo” –es víctima de un siniestro plan urdido por sus enemigos, y pasa catorce años de su vida injustamente encerrado en ese castillo. Dumas hizo de este lóbrego entorno, el lugar donde su héroe llegó a dominar el noble espíritu inculcado tras las rejas por su mentor.
Encuentro con el maestro
El joven Dantés, completamente inocente de todas las culpas que se le atribuían, perdió la libertad. Debió separarse de su prometida, pero, más grave aún, perdió a su padre, quien murió del sufrimiento ocasionado por su iniquidad. Pero en la prisión infernal donde se vio arrojado, Edmundo Dantés encontró un maestro en la persona del sabio e instruido abate Faria, quien también cumplía condena como preso político en If. El abate Faria educó a Dantés y lo convirtió en un campeón de convicciones invencibles y de intelecto descollante. En la novela, Dantés declara a su mentor: “Mi verdadero tesoro (…) son los rayos de inteligencia con que habéis iluminado mi entendimiento”.1
Esta historia me hace pensar en la formación que tuve el honor de recibir en lo que llamo, afectuosamente, la “Universidad Toda”. Aunque los negocios del señor Toda estaban pasando por su peor momento, y le exigían una dedicación incesante, así y todo él se hizo tiempo para enseñarme y transmitirme todo lo que había llegado a aprender. Qué fuertes y resistentes son las personas que poseen un maestro a quien admirar y, bajo cuya tutela, poder estudiar toda su juventud…Estas personas adquieren el poder de superar todos los obstáculos y desafíos.
Ir en busca de lo imposible
Dumas creía firmemente en la vitalidad de los jóvenes, y sentía enorme respeto hacia esta etapa de la vida humana.
El Conde de Montecristo termina con una célebre frase: “Confiar y esperar”.2 En mi adolescencia, en plena Segunda Guerra Mundial, leí esta novela y grabé en mi alma su mensaje de optimismo.
Tiempo después, cuando trabajaba como editor de la revista “El Japón de los niños”, en la compañía editorial del señor Toda, incluí “El Conde de Montecristo” entre los títulos selectos de una serie destinada a divulgar las obras maestras de la literatura mundial. Me interesaba trasmitir a los niños la valentía que exhibía Dantés para ir en busca de lo imposible. Desafortunadamente, a causa de la crisis económica, la revista tuvo que dejar de publicarse. Pero aunque los demás empleados tomaron la noticia con desánimo y se deprimieron, escribí en mi diario: “Orientado por él (el señor Toda), me dedicaré con alma y vida al próximo proyecto, sea como fuere” (…) “Después de todo existe el mañana. Y el mañana nos trae la esperanza”.3 En mi propio corazón, a mis veintiún años, latía el espíritu ardiente de un paladín invencible, y la bravura de lograr lo que otros consideraban imposible.
El poder de transformar el destino
La situación financiera del señor Toda no podía ser más grave. Sus empleados comenzaron a irse, uno tras otro. Algunos de ellos, pese a tener una inmensa deuda de gratitud con el maestro Toda, incluso comenzaron a maltratarlo y a hablar mal de él. Yo fui el único que se mantuvo a su lado, en cuerpo y alma. Juré resueltamente que reivindicaría a mi mentor –obligado a renunciar a su cargo como director general de la Soka Gakkai-, y me ocuparía de construir la circunstancia gloriosa, en la cual pudiera asumir funciones como segundo presidente de nuestra organización.
En el Conde de Montecristo, se lee este pasaje “(…) El que se siente con voluntad de luchar no pierde un tiempo precioso y devuelve inmediatamente a la suerte el golpe que de ella recibe. ¿Estáis resuelto a luchar contra la mala suerte…?.4 Los jóvenes jamás deben permitirse ser vencidos por las circunstancias, sino, en cambio, contrarrestar cada situación adversa, devolver cada golpe y reivindicar sus ideales. Esta actitud encierra el poder de transformar el destino.
En otra novela de Dumas, El tulipán negro, tema de uno de mis debates con el prestigioso antropólogo cultural Nur Yalman, se lee esta observación del autor francés: “Los grandes intelectos, en horas de la catástrofe, encuentran sorprendente consuelo en la filosofía”.5 Este es, sin duda alguna, el enorme valor de tener una filosofía de vida.
Los jóvenes de la Soka son un faro que ilumina la sociedad de esperanza, en la medida en que están poniendo en práctica esta grandiosa filosofía de vida, y mostrando en qué consiste “convertir el veneno en remedio” y “establecer la enseñanza correcta para asegurar la paz en la tierra”.