Transforma tu karma
La palabra karma es del sánscrito que significa “acción”. Los seres humanos crean infinitas causas día a día mediante sus pensamientos, palabras y acciones. El budismo enseña que la causa y el efecto se dan, en su esencia, simultáneamente. En el momento en que se crea una causa, se registra un efecto como una semilla que se planta en las profundidades de la vida. Aunque el efecto queda plantado en el mismo instante en que se crea la causa, puede que no aparezca instantáneamente. El efecto sólo se manifiesta cuando se dan las circunstancias externas adecuadas.
Llevamos nuestro karma con nosotros, como una maleta a donde vamos. Todo lo que ocurre en nuestra existencia queda grabado en lo más profundo de nuestra vida. ¿Acaso no tenemos más elección que aceptar y resignarnos a los efectos del karma que hayamos creado? No. En el budismo, creamos el karma a través de nuestras propias acciones y, por lo tanto, tenemos poder para transformarlo. Esta es la promesa que ofrece la práctica del Budismo Nichiren.
Tendemos a quedar atrapados en la cadena irrompible de causa y efecto que es nuestro karma, para bien o para mal. Pero cuando entonamos Nam-myoho-renge-kyo, empezamos a iluminar los aspectos negativos de nuestro karma, vemos nuestras propias debilidades gráficamente y podemos dar pasos para transformarnos nosotros mismos y nuestro destino.
En cuanto a la ley de la causalidad, Nichiren afirmaba que entonar daimoku era la mejor causa que podía hacer una persona. Esto no significaba que una persona que se enfrente a un problema grave deba quedarse necesariamente en casa a entonar todo el día. Eso es escapismo. En cambio, lo primero que habría que hacer es entonar Nam-myoho-renge-kyo para adquirir sabiduría necesaria para enfrentarse al problema, luego salir y emprender una acción con determinación. En la clara luz de la iluminación, no sólo llegamos a comprendernos, sino que además podemos alcanzar el plano de existencia más alto que se puede imaginar que es la Budeidad.
Referencia: El Buda en tu espejo, pág. 55.