Del trauma al teatro, por Gerrit Versteeg, Países Bajos
Al darse cuenta de que la barrera del idioma a menudo sitúa a los refugiados en una lucha por integrarse y reconstruir sus vidas, el miembro de la SGI de los Países Bajos, Gerrit Versteeg, ideó un programa para dotar a los refugiados jóvenes de las habilidades de comunicación y de confianza para poder ocupar su lugar en la sociedad holandesa.
¿Cómo comenzaste a trabajar con refugiados?
Con un número creciente de refugiados que llegan a los Países Bajos, especialmente a Delft, mi ciudad de origen, ha aumentado el número de jóvenes refugiados que han perdido muchos años de educación debido a la guerra en sus países de origen. Hace aproximadamente una década, las autoridades educativas holandesas comenzaron a proporcionar clases especiales para ayudar a eliminar esta brecha. Sin embargo, estas clases no siempre han sido suficientes, y los estudiantes han continuado enfrentándose a problemas de confianza y autoexpresión. Sus muy a menudo terribles experiencias en zonas de guerra afectan a su capacidad para absorber nueva información; sus mentes todavía están llenas del impacto de la guerra.
Hace algunos años, junto con Jeroen van der Zijde, quien tomó la iniciativa, y junto a un trabajador social, comenzamos a impartir un curso especial para proporcionar a los refugiados clases adicionales de idioma junto con clases de empoderamiento social.
¿A qué tipo de desafíos se enfrentan los refugiados, como los estudiantes a los que enseñas, en la sociedad holandesa y en el aprendizaje del holandés?
El mayor problema es la falta de habilidades de comunicación oral debido a la falta de contacto con compañeros locales. Por ejemplo, un estudiante que ya había pasado varios años en los Países Bajos me mencionó que su mayor deseo sería tener un amigo holandés. Él no es una excepción. Qué triste.
Los propios estudiantes a menudo se mantienen dentro de sus propios círculos étnicos, nacionales o religiosos por seguridad, lo que aumenta su sensación de exclusión de la sociedad holandesa. Debido a este sentimiento de exclusión, algunos han terminado abandonando el país para tomar parte en la guerra de Siria e Irak. La triste realidad es que una proporción considerable de quienes abandonan Holanda para ir a la guerra provienen de Delft.
Comenzaste a incorporar el teatro a la enseñanza de idiomas. ¿Qué sustentaba esta idea y cuáles fueron los resultados iniciales?
Al final del primer año de nuestras clases especiales, en 2014, el vocabulario de los estudiantes había mejorado significativamente, pero sus habilidades de comunicación eran aún muy pobres. Decidimos que en el segundo año prestaríamos más atención a este tema y, con este fin, se designó a un profesor de teatro. Esto llevó a una clara mejoría en la confianza en sí mismos y en la capacidad de los estudiantes para expresarse, pero su fluidez en el idioma se mantenía por debajo del nivel deseado.En 2016, decidimos centrarnos en permitir que los estudiantes contaran sus propias historias. Llamamos a esto el “Teatro del idioma”, con un claro enfoque en la enseñanza de la lengua a través de las clases de teatro.
Al principio fue un caos. Los orígenes, edades y niveles educativos de los estudiantes eran muy diversos. Teníamos niños y niñas somalíes, eritreos y sirios comprendidos entre los 14 y los 18 años, que iban desde el casi analfabetismo hasta niveles de educación superior. Esto provocó conflictos y acoso entre grupos de estudiantes, incluidas amenazas físicas fuera del aula. Los efectos de la guerra en sus vidas se hicieron claramente evidentes.
¿Qué supuso para ti toda esta experiencia como desafío personal y cómo usaste tu práctica budista para enfrentarlo?
Me volví extremadamente sensible a cualquier señal de agresión, hasta el punto de que a veces esto interfería con mi desempeño como docente: temblaba físicamente y me resultaba difícil hablar. Al recitar Nam-myoho-renge-kyo, entendí que, en primer lugar, tenía que aceptar su condición de “zona de guerra” como un hecho, reunir valor y enfrentarlo. Luego me di cuenta de que a pesar de nuestros diferentes orígenes y religiones, aun así podíamos crear entre nosotros verdaderas conexiones de corazón a corazón y compartir nuestras vidas.
Animamos al diálogo y mezclamos los grupos para que los estudiantes de diferentes orígenes tuvieran que trabajar juntos. En un principio esto resultó difícil porque los grupos les ofrecían cierta clase de seguridad. Una estudiante, por ejemplo, se negó a unirse a un grupo mixto. Descubrimos que había huido de su país después de haber perdido a sus padres. En lugar de insistir, le dimos tiempo para hacer su propia elección, y gradualmente pudo participar en el grupo mixto. Este incidente nos enseñó a prestar atención a la situación personal de cada alumno.
¿Qué resultados obtuvo el “Teatro del idioma?”
En el Teatro del idioma, se prestó atención a cada alumno para que pudiera contar su propia historia. La historia de cada estudiante fortaleció la solidaridad entre ellos ya que cada uno comenzó a mirar más allá de su propio grupo y a verse a sí mismo como parte de una comunidad más amplia con necesidades e intereses comunes.
Durante este encuentro, los estudiantes expresaron sus propios puntos de vista, y se hizo evidente que los padres a menudo tienen unas expectativas bastante rígidas sobre sus hijos o visiones limitadas de sus posibilidades. Por lo general, quieren que sus hijos se conviertan en médicos, maestros, policías o jugadores de fútbol.
Después invitamos a representantes de varias profesiones, -médicos, responsables de un centro de cuidado infantil, un oficial de policía y un administrador municipal-, para que pudieran ser entrevistados y grabados por los estudiantes.
Al final del año escolar 2016-17, los estudiantes presentaron una obra que ellos mismos habían escrito y para la cual habían elegido sus propios papeles. Asistieron sus familiares, la dirección de la escuela y el concejal de educación de la ciudad de Delft. Antes de la obra, cada estudiante presentó un monólogo compartiendo su propia historia o un deseo para el futuro.
El resultado de este proceso fue que los estudiantes ganaron confianza en sí mismos en el contexto de la sociedad holandesa y un fuerte sentido de su propia y única misión. Y, por supuesto, sus padres estaban muy orgullosos.
¿Cómo está ahora la situación?
El proyecto creó conexiones positivas y entendimiento entre los estudiantes y entre los diferentes grupos étnicos, así como también entre los estudiantes y maestros, padres y autoridades. Al final del año escolar 2016-17, tenían mucho más respeto por la diversidad y mucha más confianza en que los problemas personales o grupales pueden resolverse a través del diálogo.También fue evidente que había mejorado la autonomía de los estudiantes, como se ve en la forma en que convirtieron sus propias historias en una obra de teatro y eligieron sus propios papeles. El proyecto generó una gran felicidad entre los estudiantes y condujo a mejoras en sus vidas personales. Muchos pudieron avanzar con éxito hacia la educación superior.
Un periódico local publicó un artículo en primera página sobre el Teatro del idioma, con una imagen del alcalde de Delft rodeado por los estudiantes. En el municipio de Delft existe ahora una sensibilización que va en aumento en relación a la importancia de estas iniciativas.