23 enero, 2017

Convertí mi karma en misión

Por: Yaffa Y. Headley de Thomas

 

Una infancia difícil y dolorosa

Hasta los 6 años mi vida era hermosa, pero todo cambió drásticamente, cuando nuestro padre decide irse a los Estados Unidos para ingresar a la fuerza armada. Estando allá olvidó su promesa y a sus cinco hijos. La pensión alimenticia nos llegaba porque el gobierno americano realizaba el descuento y envío de la misma. A pesar de todas las penurias y dificultades en mi casa, terminé la primaria, para iniciar una nueva etapa escolar. Emocionada porque ingresaría para primer año, ya culminando el sexto grado mi padre renuncia a la fuerza armada. Ya no recibiríamos la pensión alimenticia, mi madre no trabajaba y no existía manera de pagar mi matrícula. Decidimos solicitar ayuda a mi abuelo paterno, pero se negó a apoyarnos.

 

Debido a nuestra difícil situación económica no fui al colegio ese año. Acumulé mucho resentimiento y odio hacia mi padre. Al siguiente año mi madre consiguió un trabajo, el cual me permitió ingresar nuevamente a la escuela, no obstante, su salario cubría lo básico. Realizaba las tareas con los libros de mis compañeros, quienes tenían la facilidad para estudiar, pero no lo aprovechaban. De esta manera pude terminar el año escolar.

 

Los inicios de mi práctica budista durante la adolescencia

Conocí el budismo en la adolescencia, gracias a una amiga en el año 1983, pero no fue hasta el año 1985 cuando cursaba el segundo ciclo de secundaria que conocí a una compañera llamada Nagia Alvarez, practicante de esta maravillosa filosofía, quien me invitó a su casa para conocer a su familia y compartir una hermosa experiencia. En ese momento supe que había encontrado la única respuesta a todo lo sucedido en mi niñez.

 

Cuando inicié mi práctica, tuve el apoyo incondicional de mi madre, quien ya conocía de budismo, pero nunca practicó. De mis hermanos, sólo uno no aceptó la filosofía, se ponía a predicar cuando realizaba mi gongyo y daimoku. Hoy día, aunque no practique, cuando necesita ser escuchado siempre busca mis consejos.

 

Terminé la secundadria con mucho esfuerzo, con abundante daimoku y con la firme determinación de estudiar una carrera universitaria, buscando la oportunidad de obtener un mejor salario, para que mi futura familia no pasara por lo mismo que yo experimenté. Entoné mucho daimoku para que la persona con quien me casara, no pusiera obstáculos en mi práctica. Deseaba que no fumara, que no fuera un borracho, ni maltratador de mujeres. Todos esos detalles eran muy traumáticos. A través de la oración y con una fuerte determinación, logré conocer un hombre tal como lo deseé.

 

 

 

Los cambios en mi vida a partir de los obstáculos

A los 26 años me detectaron un fibroma que debía operar inmediatamente y me extraerían la matriz y los ovarios. El médico no me daba opción. Esta situación significaba mucho para mí, ya que no tenía hijos. Además, ya había planeado cómo sería cada momento que pasaría con ellos; todas las cosas que haríamos juntos. Bernardo, quien en ese momento era mi novio, me decía "solo deseo a una mujer que me acompañe por el resto de mi vida, los hijos los podemos adoptar". En esos momentos no comprendía; mi sufrimiento no me permitía ver más allá.

 

Mi mamá me daba todo tipo de remedios naturales, pero el fibroma aumentaba. En 1995 Bernando me pide matrimonio diciéndome: "Lo más importante es estar juntos". En ningún momento dejé de entonar Nam-myoho-renge-kyo.

 

Pasados dos años de matrimonio, mi hermana menor, quien vive en Colón, llevó a su hijo Oliver para que mi mamá lo cuidara, mientras ella daba a luz a su segunda bebé (Wendy). A partir de ese momento Oliver entra en nuestras vidas y tiempo después se muda con nosotros a Panamá. Luego de que Wendy cumple su primer añito, un día al regresar del trabajo, Oliver me pregunta si nos podíamos traer a Wendy para que viviera con nosotros. Prácticamente me rogó. Desde ese momento ambos niños formaron parte de nuestras vidas, ellos tuvieron la gran fortuna de poder decidir con quién querían vivir. Hemos sido los padres de Oliver y Wendy. Ambos pertenecen a las Divisiones Juveniles de la SGI de Panamá. A pesar de que mi esposo no practica, él se preocupa para que los dos realicen y participen de sus actividades como miembros Gakkai.

 

 

Los beneficios de mi práctica

Al año siguiente de aceptarlos en nuestras vidas, me miré al espejo y dije: "Creo que es hora de hacerte la operación". En agosto del 2001 entré al salón de operaciones con mucho daimoku, no sentía ningún tipo de dolor; jamás tuve que regresar por lo mismo. Tengo 21 años de matrimonio, condimentado con puro daimoku y cada día me esfuerzo por mejorar mi familia.

 

Actualmente soy responsable de distrito dentro del área 7 y mi esposo me apoya en un 100%, tanto así que cuando le pido su apoyo para repartir los Puente de Paz, lo hace. Me siento orgullosa de pertenecer a la Soka Gakkai de Panamá. Gracias a esta maravillosa filosofía soy el orgullo de mis padres, sí, me refiero a ambos, porque en la actualidad mi padre y yo somos buenos amigos, nos escribimos con frecuencia. Mi madre es la que recoge y lleva mis cartas al correo. Lo más importante de mi práctica es aceptar mi karma y luchar para transformarlo. Hoy, soy ejemplo para las personas que me criticaron por cambiar de religión, ahora me dicen que continúe en mi filosofía.

 

Me he aferrado a este párrafo del gosho en muchos de los obstáculos de mi vida: "sufra lo que tenga que sufrir, goce lo que tenga que gozar, considere el sufrimiento y la alegría como hechos de la vida y siga entonando Nam-myoho-renge-kyo pase lo que pase".

 

Para el 2030, mi mayor deseo es ver el desarrollo de la División de Estudiantes Primaria, esos pequeños que han influenciado en gran parte de mi desarrollo y crecimiento como ser humano. Visualizo a mis hijos con su familia; guiando a mis nietos como miembros de la Soka Gakkai, con ese mismo amor compasivo como les enseñé. Nunca dudaré de su capacidad de aprender y enseñar a otros, esta hermosa filosofía. Seguiré con la misión de mi maestro lkeda, entonando y propagando Nam-myoho-renge-kyo por toda la eternidad. 

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